Tragar tierra
//TIEMPOS EXTRAÑOS. 2024
Alguna vez tuve un sueño en el cual estaba amarrado del pie a un carruaje, tragando la tierra del piso, y escupiendola, mientras este me arrastraba de cabeza a través de los escombros de algún lugar. Procedí a despertar sofocandome en mi almohada, la cual estaba mordiendo. Había sido una sucesión de exhaustivos días eternos, en dónde hubo una acumulación tan grande de pendientes, eventos, y tareas, que no había tenido el tiempo de dormir en alrededor de un día y medio, sin contar que la mayoría de estos acontecimientos acabaron de algún modo u otro, en derrotas y fracasos.
Es en estos malos ratos dónde mi mente desea un poco de consuelo, ánimo, o señal de luz en la distancia. Cuando deseo una mano, alguna salvación, pero mi subconsciente no tarda en contestar estas plegarias con estas imágenes oníricas tan desagradables, que se sienten de alguna manera inexplicable, increíblemente familiares. Casi nostálgicas.
Aquí en estos puntos bajos, estas crueldades, golpes y heridas, es dónde puedo, real y finalmente, conciliar con mi propia humanidad, este lapso de tiempo que subraya el límite entre lo física y mentalmente posible e imposible. Llegar al límite, cojeando, a veces hasta arrastrado. Tragar tierra pero seguir respirando aire. Que a gusto se está uno entonces sabiendo que lo dio todo sin freno. Esa es la temperatura perfecta para mi, el sabor crujiente, ideal para vivir. Los gritos de la ciudad, las luces que te ciegan, la animalidad urbana, son en lo que puedo vertir confianza. Cosas que escapan de la mentira porque son incapaces de indulgir en esta. Si puede crecer en tierra seca, se que es la flor más real que veré nunca, no inmortal como las flores de plástico, pero será símbolo único, un himno a la vida, que toca todos sus colores, siente todas las dimensiones del espectro de existir, desde la más grande bajeza y penuria, hasta el milagro de la vida, y el sello final de la muerte. Veo en esa flor, la sinfonía más hermosa, la única que vale la pena oir de principio a fin. De qué sirven flores de plástico, si no nacen, no mueren, sino que se desgastan y desaparecen como una fachada útil. No sufren, no quieren, por lo tanto no aman; entonces qué más dan. Qué sería de mi corazón, sin la certeza del latido final. Si no pudiese convencerme a mí mismo de aceptar y vivir las llamas del fuego infernal de la vida en la tierra y encontrar algo real en como se quema mi ser. Cómo podría yo, alcanzar las felicidades y plenitudes más gratas que este cuerpo tiene para ofrecerme, si no conociera y amara las profundidades secas del abismo y la oscuridad, si no las buscase activamente, oportunidades para caer y fracasar. No gozar el dolor, pero sentirlo, y disfrutar sentirlo. Disfrutar el dolor sin menoscabarlo, como respetando a un adversario.
Quizá sea que, por diversas circunstancias, haya quedado fascinado para siempre con esta violencia fundamental que ocultamos a simple vista, maravillado con esta dinámica entre la mentira en nuestra piel y lo animal de nuestra entraña, y ahora no puedo dejar de mirarla incesantemente. Como mirando al sol, cómo comiendo costras, como comer el cuero del labio, hasta quedarme ciego, hasta dejar cicatriz, hasta quedarme sin boca. como si no quisiera ver nada más, ni sentir nada más, nada que no quemase. Y hay momentos dónde ya no quiero más día ni más luz. Momentos donde estoy buscando a la luna, donde quiero perderme en la oscuridad, y sentir esos pulmones llenos, esos escalofríos y emoción que se transforman en temblor en mi voz, esas instancias que se encuentran en dosis en todas partes, al andar en bicicleta sin casco, en la discusión política, en el odio de los transeúntes, en entender lo diametralmente contrario a tí.
La contundencia de topar ocasionalmente con ojos vivos, que en el medio del mirar, algo te sube, algo te baja; sin querer sabrás que has sido visto no a mala luz, sino que a través de la luz. A través de tu piel. Y te desprecia, te desprecia de regreso a la tierra. La vergüenza, la derrota en admitir que, mi mente fue capturada en un singular mirar. Cómo si nada, como de casualidad. En una voz que no está como ausente como todos los demás sonidos mundanos, sino que al hablar secuestra el espacio, arrastra con su sonar a un fin del mundo imposible, porque lo es todo, no es, no es, más bien, señala todo. Destaca todo lo demás implacablemente. Le hace lo que la muerte a la vida, lo que el silencio al sonido, quema en mi piel como un cigarro, y mientras marca en mi, puedo ver a alguien viéndome desde los ojos vivos. Hay alguien ahí. Indudablemente, está ahí dentro. No cómo botargas, sino que sus ojos se vuelven cuerpo, se vuelven movimiento, no se esconden y van a parar a fuera, a cuerpo completo, a tiempo completo, a ras de piel a ras de carne, del sol o del fuego cómo si fuesen lo mismo. Más de lo que nunca he visto a nadie, estar aquí. Tanto así que hace que todo lo demás parezca borroso y distante, y solo pueda verla a ella, en alta definición, contra mi voluntad. Está aquí. Está trastornada. Y está aquí y está aquí y está aquí. Y yo también estoy aquí, o de eso intento convencerme siempre, todo el tiempo. Y nos encontramos aquí, al final del mundo, arrinconados contra el abismo del mar ante la última estrella de la tierra, cuando los tiempos se acaban, y no hay nada más en lo absoluto. Lo demás es superfluo, y el mundo ya se acabó cuando están sus ojos, porque podría irme caminando al mar, ahora mismo, para ver qué puede hacerme el agua después de ser visto y ver. Es todo, pero no en la mundanidad, no en la espera, en el deseo de lo siguiente, sino que es un activo presente, un aquí y ahora. La luz a la salida del laberinto y la entrada a otro.
Veo que se asoma por la terraza y me apuñala en el corazón un millón de veces, cómo si hubiese empezado desde antes de que naciera a apuñalarlo, y después lo empujase del edificio, y éste quedará cayendo, indefinidamente. La veo asomarse, la observo querer, busca algo en el aire que no hay en su apartamento. Quiere, indudablemente carece, y vive. Vive, mucho, vive mucho más, más que nadie. veo algo casi orgánico, como jardín accidental de la naturaleza en el bosque, y eso se vuelve tan extravagante. El edificio en el que yaces está en total oscuridad, exceptuando por tu morada. Ventanas condecoradas y cortinas cerradas. “Muchas gracias”, “tenga buen día”, “¿Cómo estás tanto tiempo?”, y otros ecos de buenas crianzas convalecen ante tu querer, ante tus faltas, ante tu infinita imperfección y tu no mientes de verdad. Mientes de mentira cómo en un acto, cómo en show. Te veo y por segundos, chocan miradas y nos vemos vernos, veo ojos y veo algo, algo, algo, algo, algo indescriptible, inconcentrable en palabras, bajo la luz del farol de la calle que si sabe mentir de verdad. Cómo si mirando al cielo, chocase mi mirada en línea recta con la de una persona en un planeta exactamente opuesto, contrastante, pero armónico, a mi mente.
Y yo se que me clavarías un millón y medio de cuchillos y me echarías al río, pero me ves. Me sientes, como yo te puedo sentir. ves mis uñas mordidas, mi resfrio, mi obstinadez e impaciencia sin hacerles apologías. No me transformas en nada más ni nada menos. Ni en un perro ni en un león. No intentas redimirme. Pero me sientes con tus ojos, ojala con tus manos, y yo a tí. Cómo la única cosa con vida que he visto en cualquier lugar, como una dolorosa fascinación por la idea de morir solamente a tus manos, como un corazón de verdad, latente, violento, odioso, humano, trascendental y fundamental; sin cultura, casi animal. Todo lo demás parece un chiste, habiendo visto ya el reflejo de tu corazón en tus pupilas. Todas las caras parecieran la misma, en contraste con la tuya. Cómo podría yo desparalizarme, si todo me es tu fantasma, y en estos momentos de derrota y angustia, puedo recordar que hay alguien más en la tierra. El admitir que estoy cautivado, enamorado de esta tierra que me ha hecho tanto daño, y no la puedo soltar. Mis pies echaron raíces aquí, tropiezo y caigo de cara al suelo. No puedo permitirme olvidar esa frecuencia de radio pérdida al tiempo, como si la hubiera inventado en mi propia mente desde el principio. No puedo sentir mi corazón latiendo, si no me lo están arrancando. Estamos enfermos de vida terminal, y mal y mal y mal. Y se que he tenido mil y un chances de mentir, y se que he mentido, de mentira y de verdad, con otras criaturas, pero ninguna sabe estar, pueden fingir estar, pero yo sé que no es cierto. Entonces me piden matar a mi infantil corazón, no lo matan, pero implícito está que yo debo hacerlo yo mismo para engañar mejor y más, y no puedo, y no se hacerlo, no puedo.
Pero no se escalar edificios por fuera, y temo, temo por mi vida, podría apostarlo todo excepto la vida, porque me aferro demasiado fuerte a mi propia alma, y me siento muy de cerca. Así que mantengo mis salvoconductos y caras para vender cerca de mi pecho en cada segundo, hojas y hojas en excusas, disculpas y explicaciones como para cubrirme entero. Se yo bien también, que tu corazón pesa un par de millones de toneladas y chorrea mares de sangre, se también, que mis brazos se mantienen débiles y heridos como para cargar más que mis propias manos, jamás he aprendido nunca en realidad a nadar, mucho menos en sangre, los tejidos de mi piel están construidos por otra cosa y jamás supe flotar. Solo puedo nadar, a modo de respuesta instintiva. Para mi, en la bajeza animal a la que me desnudas, tu presencia es tsunami, demasiado y mucho más, y en tu mirada llego a soñar que algo debo haber consumido, y me encuentro en el plano onírico, buscando “como evitar muerte por sobredosis” para salvarme.
Me aterra ser aplastado hasta la desfiguración bajo un corazón y nunca más poder volver a vivir, que en un abrazo otro cuerpo me desgarre y me clave los pies al piso, y que después de ese amor tan intenso, solo quede para mi vida un lento desangramiento hasta el perecer, que este corazón que me da la vitalidad para subsistir pueda quebrarse de manera irreparable. Temo aún más, que ya lo esté, y que está vitalidad y pasión que siento dentro de mi cuerpo sea mi propia sangre derramándose dentro de mí, hasta la muerte, y todo lo que pinté en el papel sea mío, y cada vez que haya rojo sea mi sangre. Que mi subconsciente está demasiado ocupado reparando lo que queda de mí y manteniendo mis órganos dentro de mi propio cuerpo, que no pueda permitirse jamás tener lo que él quiere. Porque pierdo el filo y ya no soy más yo, sin mi filo.
Que entonces me vuelva un adicto a la carencia, a mi juventud, al eterno estudio, y permanezca para siempre maleable. Cómo una polilla consciente de sí misma, que no es capaz de dejarse morir en la llama de la luz, por lo que nunca muere. Y sigue, y sigue para siempre, volando cerca de la llama, pero nunca prendiendo fuego en esta. No puedo escalar hasta tu departamento, ni se entrar ni subir escaleras como las demás personas, con el temblor de estas piernas endebles. Por eso secretamente espero, a modo irrealista, que seas tu quien salte y caiga sobre mi, para poder nombrar esto un asesinato y no un suicidio. Que seas tu quien me apuñale, y no sea yo quién, tontamente, se posa sobre tu cuchillo al intentar acercarse, y muere patéticamente, besándote hasta la muerte. Para mi el siquiera intentar, ya es morir. Por eso es que no puedo pedirte amor, porque es pedirte matarme. ¿No sería egoísta entonces, suplicarte hazaña de tal calibre? ¿Que me quieras y luego me mates? por eso en cambio te pido odio. Me muero de amor, me muero de hambre, me muero de orgullo y me muero de ambición, pero no puedo dejar atrás este dilema quasi moral que me impide pedir la eutanasia de tus brazos, y me impide suicidarme por inanición. Necesito vivir y morir en esta dualidad eléctrica. Morir por sacrificio sin que sea un suicidio, muerte por amor. Moriré, y por eso te pido mi desgraciada, ódiame hasta que perezca, y yo te amaré toda la vida que me reste.